domingo, 14 de agosto de 2016

Una wacha piola - Evangelina Caro Betelú / Roxanne - The Police

Abro la puerta del placar y trato de decidir qué ponerme. Una fiesta de 40 en el Centro Cultural Juana Azurduy. Me resisto a lo que el sentido común me indica. El negro es una excelente opción para no destacar. Pero no termino de transar con el perfil bajo y opto por aros llamativos. Cuando vea las fotos al otro día en facebook me voy a felicitar, lo sé.
Empanadas de carne y guiso de lentejas, el menú. Para mí, empanadas vegetarianas. Jerónimo y su mujer tienen el corazón más generoso que conozco. Y nunca se olvidan de mí. Por eso me da alegría compartir ese momento con ellos, aunque no sean mis amigos de origen, aunque los haya adoptado con el apellido de casada.
El lugar donde comemos está dominado por un cuadro de colores estridentes que no logro descifrar. En letras góticas dice, Te abrazamos. Después de mirarlo durante varias horas, me doy cuenta de que es el pañuelo de las Madres.
A medida que el local se desaloja de niños y viejos, comienzan a ingresar los jóvenes. Son chicos universitarios, con anteojos de marco negro y piel tersa. No puedo dejar de mirarles la piel. Nosotros somos diez aproximadamente, de la edad de Jerónimo y nos vamos corriendo hasta quedar comprimidos en un costado. Los pibes ocupan todo el lugar, apagan las luces, ponen su música y prenden cigarrillos.
La política le da a Jerónimo la posibilidad de ser un líder, enuncia consignas por el micrófono y todos se agitan. Arenga a la juventud y también a la militancia en una combinación muy propia de los tiempos.
Cantan el feliz cumpleaños con la música de la marcha peronista y repiten cuatro veces “feliz” donde debería decir “Perón”. Nos miramos con risitas y hasta alguno se atreve a cantar y a levantar los brazos. Nuestros cuerpos son pesados, pienso, la mayoría gruesos. Nos vemos lindos pero ahí están ellos, vestidos todos distintos, sin moda, con la moda de ponerse lo que quieran. Bailan libres, con ritmo. Saben letras divertidas y vulgares, Ella se descontrola/Cuando estamos a solas/Cuando yo me la arranco/Ella siempre me pide más. La música antes separaba clases sociales, pero ahora esos universitarios progres que en unos años se van a aburguesar, escuchan la mismas canciones que los villeros. Disfruto eso como un rasgo de justicia poética pero añoro a Roxanne y el ruego sutil de que no se pare bajo la luz roja.
A nosotros nos pesan los años, claro, pero está lo otro. Están los hijos, hijos que ya nos alcanzan en altura, que empiezan a darse cuenta qué esperar de la vida, que visitan páginas porno y tienen sus amigos raros y usan frases incomprensibles. Están los hijos que murieron y las lágrimas por ellos. Mis amigas que los parieron (una es la mujer de Jerónimo) se quedan a veces mirando la nada, como hacemos todos, pero cuando ellas lo hacen yo pienso que recuerdan a sus bebés muertos y que nunca va a ser lo mismo. Están las traiciones, las revanchas, los matrimonios rotos, atados con alambre a fuerza de intentar, los divorcios y los segundos matrimonios. Está el amor de tantos años, las camas de tantos años, los electrodomésticos agonizantes, los perros enterrados en el jardín. Están los logros profesionales anunciados por Jerónimo con orgullo por el micrófono, miren allá están mis amigos, la escritora (sí, me nombra primero, ya la van a leer todos, advierte), los abogados, la directora de escuela.
Y yo pienso qué cuerpo puede albergar todo eso sin que se le note. Aunque estoy segura de que esos pibes que nos miran por cinco segundos de reojo (es todo lo que nos dedican), no ven nada de eso, ven solo gente grande, tratando de seguir el ritmo de la wacha piola. Alguno tal vez tenga alguna historia que contar, alguno habrá sido abusado, será huérfano o habrá perdido a su hermano. Pero yo tampoco puedo ver todo eso. Los veo tan ingenuos y en blanco, pienso que cogen, estudian y es lo único que importa, parecen no sufrir, sus dolores no se les instalaron en la piel todavía.
Así que me toco la cara, buscando las arrugas que empiezan, y mientras me acomodo los aros colgantes, me siento con derecho al prejuicio.
Evangelina Caro Betelú 

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