miércoles, 7 de septiembre de 2016

Julio se vestía tan bien - Cocó Galli / Bossa & People - El Kuelgue

Julio se vestía tan bien que no daban ganas de desvestirlo. De mirarlo, sí. El brillo gamuzado de sus sobretodos, los cuellos con apresto de sus camisas, la suavidad de las chombas de algodón satinado, el peso y aplomo de la tela de sus pantalones, la pulcritud de sus puños con gemelos. Cuando viajábamos, su auto era tan cómodo y veloz que rara vez nos deteníamos a mirar los paisajes. Además su equipo de música era tan bueno y su pinacoteca tan amplia que no daban ganas de hablar. De leer sí, porque Julio tenía todos los libros, aunque era difícil encontrar un cuaderno en blanco. Cuando salía a pie sus zapatos hechos a medida lo llevaban y traían siempre por las mismas veredas. Un día encontró un bache y se aturdió. Así y todo yo era incapaz de darme cuenta por qué lado venía, o por la buena goma de su calzado, o por el silenciador del auto o por el perfume, ya que el usaba cada día un perfume distinto. Atribuyo también a su calzado que me pisara siempre al bailar. El día que pasó a buscarme por la playa desnudo, mojado y a pie, no lo reconocí y me fui con Pedro.
Pedro se vestía tan mal que daban siempre ganas de desvestirlo. Era urgencia llegar a esa piel sin verano, de descubrirle los pliegues, los cierres, los botones, los que estaban cosidos y los que no. Urgencia de la textura aterciopelada del modo de usar su voz. Pedro era una canción, pensaba y se movía como una canción, llegaba al alma como una canción.
Pedro no era bailarín, él era la canción que me hacía bailar. No lo sabía él aun. Yo sí. Mis orejas me lo pedían. Y mi nariz. Pedro no olía a teorías, olía a cada paso dado y a la verdad de su voz que se iba siempre transformando. Pedro rodaba la vida y, aún con gomas emparchadas, viajar con él era descubrir la virilidad de todos los paisajes. Yo quería sus pies, sus manos y su voz. Yo, más que su boca quería su aliento. ¿Es acaso otra cosa un hombre? Siempre fui ambiciosa. Él tenía los bolsillos cargados de risas húmedas y en el bolsillo interior de su chaqueta un espacio donde acurrucar toda mi vulnerabilidad. Su casa eran el mundo y sus amigos, él tenía las puertas… las hojas en blanco… los pies firmes… las manos blancas… la voz sin miedo… los ojos del alma. Y ahora también me tenía a mí.

Cocó Galli

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