domingo, 23 de octubre de 2016

Vuelos - Fabricio Tocco Chiodini / Vuelos - Bersuit Vergarabat

Necesitamos recuperar el sentido material y político del amor, un amor tan fuerte como la muerte. Esto no significa que no puedas amar a tu esposa, a tu madre o a tu hijo. Sólo quiere decir que tu amor no termina ahí, que el amor sirve de base para nuestros proyectos políticos en común y para la construcción de una sociedad nueva. Sin este amor, no somos nada.
Multitud: guerra y democracia en la era del imperio Madrid, (2004).


Tendría trece años la primera vez que escuché «Vuelos». Ya no me acuerdo muy bien exactamente cuándo. Debe haber sido allá por el invierno de 1998, poco después de que MTV, Music21 y MuchMusic bombardearan los televisores con los cortes de difusión más comerciales de Libertinaje, como «Yo tomo» o «Se viene», banda sonora inseparable del fin de ciclo menemista.

Como le pasó a muchos brasileros en los años setenta con «Apesar de você», yo, inmerso en una adolescencia ingenua, pensaba entonces que «Vuelos» era una canción de amor. Lo interesante es que Chico Buarque había buscado burlar, sin éxito, la censura de la dictadura brasilera (de una forma similar a lo que hizo Charly unos años más tarde con «Los dinosaurios» al final del Proceso). El samba-canção de Chico, desde la ambigüedad, parecía hablarnos sobre un despecho sentimental cuando en verdad estaba denunciando el período que en Brasil conocen como los Anos de Chumbo. En cambio, Pepe Céspedes, el bajista de Bersuit Vergarabat, escribió «Vuelos», una canción sobre la dictadura, en plena democracia menemista, sin voluntad de burlar censura alguna.

A los trece años, yo no sabía muy bien quién era Horacio Verbitsky (tal vez habría visto su cara en alguna emisión de Día D, sin entender mucho de qué estaría hablando) ni tenía la más remota idea de quién era Adolfo Scilingo. Tres años más tarde yo me fui de la Argentina, poco después de diciembre de 2001. Para cuando aprendí a tocar «Vuelos» en la guitarra, Gustavo, un gran amigo de La Tablada que me fue a buscar y me llevó de vuelta a Ezeiza cuando volví de vacaciones en 2004, ya me había regalado una edición de El vuelo, que leí precisamente en el avión que me devolvió sin escalas a Barcelona. Para cuando aprendí a rasguear ese bellísimo mi bemol con séptima mayor, ya sabía que pocos años antes de que yo naciera, en esa misma ciudad, habían tirado seres humanos vivos al río de forma sistemática y en silencio.

Algo, no sé muy bien qué, me hace pensar que aquella primera impresión que tuve a los trece años tal vez no fuera tan errada. Quizá «Vuelos», que no sólo habla de la culpa y de lo siniestro, que habla de alguien incrustado en la mente de otra persona, de alguien que vuelve al recuerdo una y otra vez, de alguien que permanece en la memoria para siempre, quizá «Vuelos», muy en el fondo, sí hable de amor. De aquello que Michael Hardt y Antonio Negri denominan el «sentido material y político del amor», que no termina en nuestras parejas ni en nuestras familias. El amor que, como nos recuerdan los autores de Empire, debemos recuperar como base para la sociedad, el amor sin el cual no somos más que barro en la inundación, que crece, decrece, aparece y se va.

Fabricio Tocco Chiodini


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